Stabat Mater


Stabat Mater

Stabat mater es uno de los textos religiosos más y mejor tratados por los compositores de todos los tiempos. De carácter luctuoso, el Stabat mater se ha consagrado a lo largo de los tiempos como una alternativa al Réquiem como medio de expresión musical del dolor provocado por la muerte.

Es probablemente la musicalización más interpretada, es además una de las obras de su siglo que más comentarios y debates despertó durante las décadas sucesivas en torno a un paradigma estético –la sensibilidad, la emoción, el gusto– que señalará el punto de inflexión del estilo musical que acabará por conducir al Clasicismo.

Este Stabat mater fue compuesto por Pergolesi para la cofradía laica de los Caballeros de la Virgen de los Dolores de San Luigi al Palazzo de Nápoles para la celebración de la Semana Santa. El encargo, satisfecho in extremis antes de la muerte del compositor por tuberculosis a los 26 años de edad, serviría para remplazar el antiguo Stabat mater compuesto veinte años antes por Alessandro Scarlatti para esta misma cofradía.

La segunda mitad del siglo XVIII vio una escalada de impresiones de esta obra en ediciones tanto orquestales como vocales (con acompañamiento de tecla) en París, Londres y Alemania, hasta convertirse, con más de treinta reimpresiones y más de un centenar de copias manuscritas diseminadas por toda Europa a lo largo del siglo XVIII, en la obra más difundida de su siglo, y una de las más antiguas en mantenerse viva en el repertorio hasta nuestros días, junto con El Mesías [1741] de Händel.

El compendio de imágenes musicales representadas al inicio de la obra –la línea caminante del bajo, las disonancias en las voces, las notas entrecortadas en los violines– no solo representan el caminar de la Virgen hasta la cruz, su punzante dolor o sus gemidos, sino que, sobre todo, conforman el marco para que el oyente pueda experimentar por sí mismo el abatimiento, la compasión y la desolación por la pérdida del hijo.

La empatía, rasgo al cual aludió́ el hispanista Ludwig Tieck al confesar no poder contener las lágrimas al escuchar esta obra, se erige por tanto en el motor del Stabat mater hasta su número final («Quando corpus morietur»), pieza de una desnudez sobrecogedora y colofón de un viaje cuyo fin consiste simplemente en mostrarnos la inmensidad del vacío y del desconsuelo.